Sobre Pau
Pau Garcia-Mila es un emprendedor en serie y comunicador nacido en Barcelona en 1987. Fundó su primera empresa a los 17 años, que fue posteriormente adquirida por Telefónica. Ha sido nombrado Innovador del Año en 2011 por la publicación del MIT TR-35, y es ganador del premio FPdGI Princesa de Girona.

Pau es también fundador de Ideafoster, consultora especializada en innovación disruptiva que en 2018 fue adquirida por Canvia (empresa del grupo Advent International), y de Founderz, escuela de negocios online no convencional.

En paralelo, habla en conferencias sobre Innovación, Éxito y Fracaso y da clase en ESADE donde es parte del equipo del Master en Digital Business.

Ser padre emprendedor: Guía para el primer mes

Ser padre emprendedor: Guía para el primer mes

Contenido de la publicación:

Hace unas semanas, cuando nuestro hijo cumplió una semana, publiqué un artículo donde alertaba a padres emprendedores de lo que les venía encima. A raíz de ese artículo recibí algunos e-mails de personas que me explicaban que estaban pensando en lanzar un proyecto como el que yo pedía desesperadamente. ¡Y ojalá lo hagan!

Sin embargo, cuando escribí ese artículo no sabía que la montaña rusa de ser padre estaba solamente en la subida inicial, y que todo eso era de lo más tranquilo. Por eso he querido escribir sobre… el primer mes de ser padre, desde el punto de vista emprendedor.

Las visitas al médico

Empecemos con el capítulo médico, que da para un libro entero. Cuando nace tu hijo, tienes que “elegir” a un pediatra, pero lo tienes que elegir a partir de una lista de nombres en el mostrador del hospital. No hay un Tripadvisor de pediatras donde la gente opine sobre si es un sádico o si es especialista en algo totalmente ajeno a ti. Así que miras la lista de nombres, intentas descubrir el que tiene más experiencia y es más puntual a partir de leer sus nombres, y pides cita con uno.

En nuestro caso, decidimos pagar una mutua (70€ al mes) para llevarlo a un hospital que pese a ser menos bueno que los públicos (siempre que hay un problema grave te derivan a un público, por algo será), entendimos que funcionarían de manera más ágil, más puntuales y con todas las facilidades del mundo. ¡Ja! Todavía se ríen al leer esto.

Teníamos hora a las 11.20 de la mañana, y llegamos a las 11.15. Pues bien, tras percatarnos que al personal de administración le gusta menos su trabajo que a un pacifista fabricar armas, nos sentamos en los sofás de la preciosa sala de espera con Wifi y café. No, realmente eso no existe. Nos sentamos en una silla de plástico al lado de otros 30 padres y madres que esperaban lo mismo que nosotros. “Estaremos poco rato esperando, tenemos hora en 5 minutos”. Pues casi. Entramos a las 2 de la tarde. Nos dijeron que era algo excepcional, que era casualidad, que normalmente no estaban así. Llegaron a decir que lo normal es ir con una hora de retraso, no con 3. Pero… ¿entonces, si saben eso, por qué no dan las horas más espaciadas, si al final del día acaban viendo al mismo número de personas? Habrá que mirar cuarto milenio a ver si nos dan la respuesta.

Todo esto, que sacaría de sus casillas al mismísimo Papa (como ejemplo de persona tranquila que no se cabrea y empieza a arrancar sillas y a tirarlas contra ventanas), se ve alterado por un hecho: cuando el cabreo está expandiéndose, miras al lado y ves a un bebé precioso (Nota: Todos los niños recién nacidos te parecen feos. Menos el tuyo), y de repente se te pasa todo, porque ha sonreído, o ha levantado un bracito mirándote. Y esa es la razón por la que las salas de esperas de los pediatras conservan sus sillas y ventanas.

Los cambios del día a día: el “Kit esencial para salir de casa”

Cambiemos de tema y pasemos a hablar de las cosas bonitas. Si durante la primera semana tu casa se ha convertido en un campo de concentración y no sales de ahí si no es para ir al médico (¿Y si sacamos al bebé y se resfría?, piensas, y acabas por no salir), van pasando los días y empiezas a responder afirmativamente las invitaciones de “¿Venís a comer?” o “¿Vamos a pasear y merendar?”.

Eso sí, lo que antes se resumía en “me pongo la primera camiseta que veo, y me toco los bolsillos en busca del KESC (Kit Esencial para Salir de Casa, o lo que es lo mismo: móvil, llaves, cartera) pasa a otra dimensión.

Ahora, tu KESC se compone de una “bolsa del bebé” (que es su KESC, en el fondo) donde pones simplemente todo lo que pueda, pudiera o pudiese necesitar el bebé en los próximos cinco años de su vida. Pones suficientes pañales para cambiar tres veces a todos los bebés de tu ciudad. Un cambiador portátil. Un empapador para poner encima del cambiador. El cepillo para el pelo. Las cremitas del culete y de la cara (no confundir). Siete mudas de ropa por si sus deposiciones exceden del pañal, y siete más por si hace frío, más siete más por si hace calor. La muselina, el chupete, el chupete de repuesto, la cajita para llevar los dos chupetes, y tengo la sensación que me estoy olvidando la mitad de cosas.

Más allá de la bolsa del bebé, su KESC también se compone del cuco, la sillita del coche, el adaptador a ISOFIX, la estructura del cochecito y otros aparatos varios que hacen que el maletero de tu 4×4 pase a tener menos espacio libre que el maletero de un Smart con una pareja que se va conduciendo a Mongolia.

Lo coges todo, sin olvidar al bebé, juegas al Tetris con tu coche y si ganas y consigues meterlo todo, sales hacia el lugar indicado. Evidentemente, llegas media hora tarde, aunque te perdonan por ser padre primerizo. Llegas, lo sacas todo y disfrutas de la velada. Es una pena que con todo esto, nadie te hará caso porque todos estarán mimando y tocando al bebé.

La burrocracia

Correcto, burrocracia. He tenido que enseñar a mi ordenador que el término no está mal escrito y que efectivamente, burocracia es un eufemismo, que el término real tiene que parecerse más a “burro”, que es lo que parecemos cuando estamos rellenando todos los trámites.

Preparaos, insensatos. Cuando vayáis al registro a inscribir al bebé veréis que Mamá Estado no tiene ningún tipo de memoria, ya que te preguntan exactamente lo mismo que ya te preguntaron cuando te hiciste el DNI, o te empadronaste en algún otro lugar. Quiero inscribir a mi bebé, no quiero explicarte el nivel de estudios de toda su línea ascendiente hasta Adán y Eva. Ni tener que repetir lo mismo treinta veces.

Ya no pido poder hacerlo por Internet, cosa que por otro lado no estaría mal, que estamos en 2015. Pero hacer todo esto para que al final usen un boli BIC para rellenar una página nueva de tu libro de familia, como si estuvieran haciéndolo con una tinta mágica que tu no podrías haber usado, es raro. Y eso sí, no se os olvide nada. ¿El informe del parto? ¿El informe del hospital conforme no lo inscribes en otro lugar? ¿El informe de que no te has vuelto loco buscando todos los demás informes? ¿El informe que confirma que los otros informes son informes ciertos?

Al final lo inscribes, le haces una foto a la flamante nueva página de tu libro de familia dispuesto a enviarla por Whastapp, te riñen porque no se puede usar el móvil en el registro, te ríes porque de las 439 personas que hay en la sala esperando, hay 439 con el móvil en la mano, y te vas pensando “ya ha pasado lo más difícil”.

Y luego llega pedir la baja maternal, y la baja paternal. Lo normal son: 4 meses para la madre, 13 días para el padre. Pues vale. Te pones contento al saber que si eres autónomo, tienes baja maternal y paternal igualmente. Tienes que rellenar otros seiscientos informes y documentos y al final recibes un SMS (tecnología punta) que te informa que estás de baja.

En este punto me sentí raro: Me di de alta de autónomos hace 10 años, a los 18, y desde entonces no había tenido ni una sola baja oficial. Había estado enfermo y en la cama mil veces, pero estar “de baja”, pues nunca. Y la sensación es bastante chula, por cierto. El problema es que esos 13 días son de ir como loco arriba y abajo sin dormir. Así que, en este caso, más que “baja” yo lo llamaría “guerra”.

Conclusión

Este artículo tiene una conclusión, que se parece mucho a la del primer artículo de esta serie: la burrocracia, el pediatra sádico, la sala de espera que parece una cárcel de Siberia, el KESC y el Tetris… todo, todo, vale la pena.

Dejas de preocuparte por si te pasará algo a ti, y pasas a preocuparte para que no le pasa nada a él (o a ella). Te enamoras cada día, y sales a trabajar pensando “Joder, que esto no acabe nunca”. Menos lo de no dormir, eso sí que puede acabarse pronto.

Así que, de nuevo, os invito a levantaros ahora mismo de la silla, tirar a la basura todos los anticonceptivos que tengáis en casa, y poneros a procrear. Éramos pocos y parió la abuela. Pues claro, porque es lo más mágico del mundo.