El miedo a las alturas
Hace unos días se presentó en Madrid y Barcelona el libro «Viaje a la Innovación» de Carlos Domingo. Más allá de la presentación en sí (a la que acudieron algunos grandes de la innovación como Dídac Lee o Genís Roca), hubo algo que, al menos a mí, me dejó pensando. Pasó cuando el autor afirmó algo así: «Deberíamos diferenciar al innovador del emprendedor».
Y creo que tiene toda la razón. No hay mejor ejemplo que en el que se puso: Alguien puede montar un chiringuito de Paella en la playa, y le puede ir muy bien y ganar mucho dinero. Sin duda será un gran… emprendedor. Pero no habrá innovado nada: La paella seguirá existiendo antes y después de su paso, y probablemente no habrá cambiado nada en ese tiempo. En cambio, alguien que decide imaginar como mejorar algún producto o servicio, gane o no gane dinero, se haga rico o pobre, y cambie lo que ha querido cambiar o no… será un innovador.
Sin duda, en España sobran emprendedores y (quizás) faltan algunos innovadores: Personas que no tienen miedo a intentar cambiar las reglas del juego y que creen lo suficiente en sí mismos como para no pensar que necesariamente deben irse a otro país para hacerlo.
Al menos, dirá el optimista, hay muchos emprendedores, probablemente más de los que pensamos. Sin embargo, esto no sirve de mucho dado que un innovador a través de un buen invento puede llegar a dar trabajo al mismo número de personas que cincuenta, setenta, cien emprendedores que solamente buscan su propio beneficio, precisamente por la definición de lo que quieren: Uno buscará la innovación como pasión, el otro, el beneficio como pasión.
Y es precisamente por esta razón por la que cada vez que tanto nos alegramos por ver una nueva ley de emprendedores, cada vez que celebramos ver esos carteles de «emprender desgrava, emprende y no pagarás impuestos durante X meses», y cada vez que saltamos de alegría al oír a un político hablar de poner la «alfombra roja» a los emprendedores, realmente deberíamos preguntarnos cuántos innovadores ha perdido el país por no invertir suficiente en la innovación, en la I+D y en todo lo que habría fomentado esa innovación, y no solo en emprender por emprender.